Kilimanjaro

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miércoles, 14 de septiembre de 2016

El síndrome de las dos semanas en Hiroshima

Estás en Japón con tu gran amigo y maestro Lupas. Estás de vacaciones recorriendo un país lleno de historia y tradiciones, descubriendo platos tradicionales y visitando lugares únicos que te darán miles de historias que contar. Estás feliz, tu bici para aquí y para allá, tus cervezas cada vez que levantas la mano y haces al camarero ese bonito pero caro gesto del 3, nuestros momentos sin Torrente cada vez que le decimos que vamos a comer sushi (no quiere decir que sea verdad)...  PERO el lunes 12 de septiembre te levantas distinto. Mala cara, desasosiego, cansancio... vamos, que estás deseando cogerte el primer autobús a Alumbres. ¿Por qué hoy? Se llama el síndrome de las 2 semanas de viaje y es como a la montaña el mal de altura: es inevitable. Da igual que seas un experto viajero o estés viajando con grandes amigos. A las 2 semanas de verles las caras 24 horas, de estar durmiendo en camas distintas cada noche y sobretodo, con todo el cansancio acumulado de tantos viajes, te levantas y quieres irte ya a casa.

Y así estaba el pequeño padawan Chiki el lunes que llegamos a Hiroshima desde Osaka. Y es que además las predicciones meteorológicas daban tormentas toda la semana y nada más llegar empezó a llover. Pero... - hay que tener fé - le repetí una y otra vez. Esto ya me había pasado varias veces, como en ese viaje monzónico en Vietnam con Caborrín y Webas en el que nos la jugamos y viajamos a la bahía de Halong bajo un temporal de miedo y al día siguiente no había una nube en el cielo.
Y sí, se obró de nuevo el milagro en Hiroshima. Nos llovió un poco ese día pero los dos días siguientes hizo un sol de justicia que nos permitió disfrutar de esta maravillosa ciudad, origen de la gran barbarie nuclear de la Segunda Guerra Mundial.

Pero antes de contar cómo pasamos estos dos días hay que decir dónde sigue Remi metido. Comparto foto que nos ha sacado Chiki:


Y es que este hombre nada más que sabe hacer dos cosas sólo: respirar y dormir. Todo lo que se salga de ahí va pegado a tu lomo todo el día. Si le pides comida en un restaurante, él come. Si decides salir de la casa para visitar algo, él visita algo. Si llegas a la estación de trenes y tienes que entrar por el control de extranjeros (los que usamos el JR Rail pass), ese mismo control que llevas pasando ya 15 días 10 veces al día, y coges y te paras para ver qué hace él, Remi se para sin saber dónde ir.
Y así 12 horas al día, porque las otras 12 se las pasa durmiendo. Da igual la hora y el sitio, él abre su boca, inclina su cabeza hacia atrás y a roncar.
Aún así dice el colega que él no duerme nada. Ya le he avisado, y el que avisa no es traidor, que en algún tren no le despierto cuando llegue la parada y con suerte se despierta sólo en Fukushima (sí, donde el terremoto en la central nuclear).

Basta ya de Remi, hoy toca hablar de Hiroshima, ciudad testigo de uno de los actos más horrendos de la historia del ser humano e icono actual y futuro de la paz y el desarme nuclear. Pero antes de entrar en materia me estoy acordando de otra de Remi de ayer que me pone de los nervios. Cuarta vez que nos subimos al tram de Hiroshima, ayer en hora punta. Se sube por detrás y se sale por delante justo en frente del conductor en donde existe una máquina para que tu mismo pagues tu billete. Es fucking easy usar este sistema, si llevas el importe exacto lo echas en una ranura; si no, cambias tu moneda o billete por otra ranura y del cambio coges el importe exacto. Pues nada, el tram que no cabe un alma y como él lleva el bote cada vez que tenemos que bajar armamos la de Cristo porque él hasta que no está bajando no se acuerda que tiene que sacar dinero de su cartera, contarlo, cambiarlo y pagar. Hoy le aviso 8 paradas antes para que tenga tiempo - Remi ve sacando el dinero-, una parada antes veo que lleva una moneda de 500 y tenemos que pagar 480... -Remi ve cambiando la moneda-, y coge todo el cambio y por fín me doy cuenta de la política de contratación de discapacitados de Repsol Butano. Tiene que pagar 480 de los 500 que le ha devuelto la máquina en cambio. Hasta un mono quitaría 20 de todo el puñado de monedas y ya está, ¿verdad? No hace falta contar lo que hizo. Fin.

En Hiroshima hay mucho que aprender, mucha historia que respirar y mucho que reflexionar. Y todo lo relacionado con la bomba nuclear está localizado en la misma zona. Parada M11 del tram, muy cerca de nuestra madriguera de Airbnb desde donde escribo estos recuerdos.


Como he dicho Hiroshima es una ciudad que te hace reflexionar y empiezas cuando ves por primera vez con tus propios ojos el A-bomb Dome o cúpula de la bómba átomica. Este edificio, o lo que queda de él, fue la única estructura que quedó en pie cerca del hipocentro de la bomba que explotó a las 8.15 de la mañana del 6 de agosto de 1945, era la primera vez en la historia de la humanidad que se lanzó una bomba atómica como arma.

  

 

 

La bomba explotó a unos 600 m de altitud, casi perpendicular a este edificio, produciendo una llamarada cegadora de radiación, rayos caloríficos y una onda explosiva que incendió y arrasó casi todos los edificios en un radio de 2 km alrededor del hipocentro. Los que lograron sobrevivir se arrastraban entre las ruinas para huir de la ciudad, con su ropa incenciada que les colgaba en jirones de sus cuerpos ensangrentados. La mayoría murió pocos días después y muchos miles lo hicieron en los meses o años posteriores debido a las lesiones, malformaciones o tumores producidos por la radiación siendo más de 140.000 vidas reclamadas por la bomba a finales de diciembre de 1945.



De visita obligada el Museo Conmemorativo de la Paz, a pocos metros del Dome, que reúne las pertenencias dejadas por las víctivas, fotos y otros materiales históricos y audiovisuales que transmiten el horror de este suceso.  Dentro del Parque Conmemorativo de la Paz también se encuentra el Cenotafio para las víctimas de la bomba atómica, que contiene los nombres de todos los muertos, la Llama de la Paz, una llama que arde sin cesar desde 1964 y que no se apagará hasta que desaparezcan todas las armas nucleares y el Monumento a la Paz de los Niños, donde se acumulan miles de grullas de origami, convertido en símbolo de la paz tras el caso de la niña Sadako.

 

 

 

 

 

Aprovechamos la fortuna del buen tiempo y el jueves nos vamos a la famosa y turística Isla de Miyajima, apenas a media hora en tren de la estación de Shinkanshen de Hiroshima. Allí se encuentra ell santuario de Itsukushima o Itsukushima Jinja, uno de los santuarios sintoístas más bonitos y mejor preservados de todo Japón además de ser un ejempo de arquitectura tradicional en un entorno natural.
El santuario es conocido por su gran torii flotante que está construido sobre el agua en la costa de la isla de Miyajima aunque nosotros vamos por la mañana con marea baja y podemos acercarnos a él y a las dichosas obras de restauración que desafortunadamente en estos momentos se están realizando.

 

 

 

 

 

 

 

La isla está poblada de ciervos que pasean como cualquier otro habitante por las calles entre los turistas. Uno de los machos rápidamente encontró en Remi al rival más débil del grupo y a base de topazos intentó hacerse con su helado de 5 euros.






Por lo demás, en Hiroshima aprovechamos la última jornada de descanso para coger fuerzas para los últimos cuatro días en Tokio que se presumen duros. En Osaka habíamos probado el okonomiyaki sin gustarnos pero dimos a este plato tradicional otra oportunidad y aquí en Hiroshima no tiene nada que ver. Tanto nos gustó que hemos comido Okonomikayi los tres días y Chiki ya está viendo recetas de cómo prepararlo para invitarnos en su morada Alumbreña.




La noche del miércoles volvemos a comer sushi...bueno a hacer como que vamos a comer sushi y luego estaba cerrado y casualmente acabamos Chiki y yo en un bareto de rock auténtico en la segunda planta de un edificio, el Koba. Regentado por BOM, un nipón que se ha hecho famoso en Tripadvisor, disfrutamos del mejor pollo terikayi que hemos probado hasta el momento regado con unas buenas cervezas. Qué lastima que Remi se lo perdió por estar durmiendo, para una vez que duerme el crio.


Y si encontrar este rincón escondido fue un acierto, el jueves para despedirnos de Hiroshima lo mejoramos. Gracias a que la pizzeria que nos quiso llevar José Luis estaba cerrada, acabamos en otro local, de locales, atraídos desde fuera por el olor a carne a la brasa y abudante humo. Entrecot de ternera, pollo con salsa de soja, pluma y bísceras de cerdo, todo a la brasa.






Mañana vuelta a Tokio. Nos espera el Monte Fuji, frikear por la ciudad y reventar la noche que nos hace falta.