Si estás leyendo esto tratando de conseguir información de qué hacer en Osaka, puedes parar de leer. Si has llegado a este blog pensando en coger ideas de otros viajes sobre puntos de interés o mejores rutas, para de leer. Porque la agencia Lupas Express no es una agencia común. Una agencia común no tiene un límite de templos que ver a lo largo del día antes de acabar tomando cervezas. Una agencia normal no ve todo Kioto en 8 horas ni hace 3 horas de viaje para comerse un pedazo de carne de Kobe y volver a dormir la siesta.
Y es que si haces caso a blogs serios de viajes como Japonismo, si quieres venir a Osaka y ciudades cercanas como Kioto, Nara, Kobe...etc necesitarías mínimo 10 años para lo ver imprescindible. Nada más lejos de la realidad.
Llegamos a Osaka desde Matsumoto un jueves 8 de septiembre combinando tren Limited Express y Shinkanshen en poco más de 3 horas. La madriguera que alquilamos en Airbnb está correcta aunque acostumbrados al palacio de Tokio nos decepciona un poco. Famélicos y cansados descubrimos esta metrópoli a media tarde y el líder en prácticas Chiki, aunque él lo niegue, coge el timón para llevarnos a comer algo típico de Osaka. Okonomiyaki se llama este plato tradicional, una especie de tortilla rellena de vegetales, huevo y unas lonchas de bacon por encima. La verdad es que en las fotos tenía una pintaza de infarto pero, excepto a Remi y su desintonizado paladar, no nos gusta nada. Supongo que le gustó porque se parecía a una tortilla española y el cocinero a algún primo suyo de Torrellano, se sintió en casa por fín, comiendo cosas "normales".
Pocas fuerzas quedaban para el resto del día e incluso parecía que no ibamos a llegar a esa media de 15 km andados diarios pero, haciendo lo mejor que sabemos hacer, exploramos la noche caminando barrios completos de karaokes, barrios de comida callejera y tiendas e incluso por error cruzamos barrios de vicio y perversión pero nos vamos de allí corriendo para aterrizar en Shinsekai, una de las zonas más pintorescas y símbolo de la reconstrucción de la ciudad después de la Segunda Guerra Mundial.
Antes de ir a Kioto te pones a leer qué hacer, qué ver... y te agobias. Por su puesto que te puedes tirar una semana y un año como en todas las ciudades del mundo pero para la mayoría de los viajeros no hace falta pisar cada centímetro cuadrado de cada jardín ni empezar un cursillo de cocina japonesa allí. En un día se pueden ver los puntos más importantes pese a estar distantes decenas de kilómetros y aún así tener tiempo para pasear por los distritos de geishas, tomarte tranquilamente un helado y hacer algunas compras siempre y cuando las peligrosas viejas de los negocios te dejen.
Sábado en Osaka: podemos irnos a Nara a ver más templos o irnos directamente a Kobe a comer. No hay duda. Estamos un poco saturados de tempos, budas y castillos y no necesariamente en ese orden. Hoy toca Kobe, y - ¿por qué Kobe?- nos pregunta un ingeniero nipón que viaja con su hijo en el tren. Pues a comer buey de Kobe, ¿no?. La verdad es que puedes comer carne de Kobe en todo el país, pero es muy normal que en muchos sitios anuncien carne de Kobe y te den gato por liebre. No significa que no sea buena, en realidad puede ser Wagyu que es ternera japonesa de muy buena calidad, pero ya que estamos aquí había que probarla y dónde mejor que en un lugar recomendado en la ciudad que acuñó su nombre.
Llegamos allí después de casi 3 horas cuando el viaje no debe llevar más de 40 minutos. Gracias Chiki de nuevo. Pero allí estabamos delante de esos deliciosos a la par que insuficientes 150 gramos de oro vacuno. Grandes expectativas, quizá demasiadas para este momento. La carne esta buena, la gran cantidad de grasa veteada no presente en ninguna otra ternera hace que la textura sea sorprendente. Literalmente se deshace en la boca. Pero en cuanto al sabor, me quedo con la vaca gallega o buey auténtico de la Cerdanya.
A la mañana siguiente y último día en Osaka lo tomamos de relax. Intentamos no coger ningún tren más aunque al final el día se hace muy largo y volvemos a la estación para ver el Castillo de Osaka y comernos otro delicioso plato de Ramen. Nos quedamos también un rato viendo a unos niños jugar al beisbol, deporte totalmente desconocido en nuestra tierra.
Nos vamos de Osaka con un gran sabor de boca rumbo a Hiroshima. La predicción meteorológica da lluvia toda la semana, crucemos los dedos.
Y es que si haces caso a blogs serios de viajes como Japonismo, si quieres venir a Osaka y ciudades cercanas como Kioto, Nara, Kobe...etc necesitarías mínimo 10 años para lo ver imprescindible. Nada más lejos de la realidad.
Llegamos a Osaka desde Matsumoto un jueves 8 de septiembre combinando tren Limited Express y Shinkanshen en poco más de 3 horas. La madriguera que alquilamos en Airbnb está correcta aunque acostumbrados al palacio de Tokio nos decepciona un poco. Famélicos y cansados descubrimos esta metrópoli a media tarde y el líder en prácticas Chiki, aunque él lo niegue, coge el timón para llevarnos a comer algo típico de Osaka. Okonomiyaki se llama este plato tradicional, una especie de tortilla rellena de vegetales, huevo y unas lonchas de bacon por encima. La verdad es que en las fotos tenía una pintaza de infarto pero, excepto a Remi y su desintonizado paladar, no nos gusta nada. Supongo que le gustó porque se parecía a una tortilla española y el cocinero a algún primo suyo de Torrellano, se sintió en casa por fín, comiendo cosas "normales".
Pocas fuerzas quedaban para el resto del día e incluso parecía que no ibamos a llegar a esa media de 15 km andados diarios pero, haciendo lo mejor que sabemos hacer, exploramos la noche caminando barrios completos de karaokes, barrios de comida callejera y tiendas e incluso por error cruzamos barrios de vicio y perversión pero nos vamos de allí corriendo para aterrizar en Shinsekai, una de las zonas más pintorescas y símbolo de la reconstrucción de la ciudad después de la Segunda Guerra Mundial.
Con 4 cervezas en el cuerpo casi perdemos el foco de tener que madrugar al día siguiente, pero conseguimos ponerle el cascabel al gato y a las 7am del viernes ya estabamos en movimiento, destino: Kioto.
Antes de ir a Kioto te pones a leer qué hacer, qué ver... y te agobias. Por su puesto que te puedes tirar una semana y un año como en todas las ciudades del mundo pero para la mayoría de los viajeros no hace falta pisar cada centímetro cuadrado de cada jardín ni empezar un cursillo de cocina japonesa allí. En un día se pueden ver los puntos más importantes pese a estar distantes decenas de kilómetros y aún así tener tiempo para pasear por los distritos de geishas, tomarte tranquilamente un helado y hacer algunas compras siempre y cuando las peligrosas viejas de los negocios te dejen.
Sábado en Osaka: podemos irnos a Nara a ver más templos o irnos directamente a Kobe a comer. No hay duda. Estamos un poco saturados de tempos, budas y castillos y no necesariamente en ese orden. Hoy toca Kobe, y - ¿por qué Kobe?- nos pregunta un ingeniero nipón que viaja con su hijo en el tren. Pues a comer buey de Kobe, ¿no?. La verdad es que puedes comer carne de Kobe en todo el país, pero es muy normal que en muchos sitios anuncien carne de Kobe y te den gato por liebre. No significa que no sea buena, en realidad puede ser Wagyu que es ternera japonesa de muy buena calidad, pero ya que estamos aquí había que probarla y dónde mejor que en un lugar recomendado en la ciudad que acuñó su nombre.
Llegamos allí después de casi 3 horas cuando el viaje no debe llevar más de 40 minutos. Gracias Chiki de nuevo. Pero allí estabamos delante de esos deliciosos a la par que insuficientes 150 gramos de oro vacuno. Grandes expectativas, quizá demasiadas para este momento. La carne esta buena, la gran cantidad de grasa veteada no presente en ninguna otra ternera hace que la textura sea sorprendente. Literalmente se deshace en la boca. Pero en cuanto al sabor, me quedo con la vaca gallega o buey auténtico de la Cerdanya.
Osaka de noche es un espectáculo de luces de neón y vida. Barrios enteros plagados de avenidas, calles y callejuelas iluminadas con todo tipo de luces y adornos más propios de esa imágen que tenemos de China. Literalmente no se puede andar de la marea humana que hay aunque no se explica el poco nivel de ruido, impropio de calles tan abarrotadas de negocios y gente.
Me sorprende también la vida musical de la ciudad. Cada plaza o rincón es habitado por grupos locales o canta-autores que deleitan a los más jóvenes con sus hits del momento, algunos de ellos muy buenos.
Antes de cenar hacemos un poco de tiempo e intentamos sacar el lado más ludópata de nosotros para probar en un Pachinko. Todo Japón, especialmente Tokio y Osaka, está plagado de estos locales de locura y teníamos que entrar a probarlo. Son máquinas tragaperras en las que hay una pantalla que cuenta una especie de historia o juego mientras que constantemente vas tirando bolas metálicas con algún fin que aún no hemos averiguado. El sonido dentro del Pachinko es ensordecedor, incontables máquinas, miles de bolitas y cientos de japoneses poseidos echando bolas y más bolas a la máquina.
Optamos por buscar algo más conocido y divertido, al menos para nosotros, y encontramos una sala de tenis de mesa en donde impongo mi superioridad con los sparrings de Chiki y Remi.
Y poco más. Probamos algo típico de Osaka como el takoyaki (bolas rellenas de pulpo), nos echamos una foto con Glico Man, el neón más famoso del barrio de Dōtonbori y símbolo de la ciudad, y nos vamos de fiesta por algunos garitos de mala muerte hasta que nos deniegan la entrada al que parecía el local más chic de la ciudad. Razón? Gracias Chiki, a tí y a tus tatuajes.
A la mañana siguiente y último día en Osaka lo tomamos de relax. Intentamos no coger ningún tren más aunque al final el día se hace muy largo y volvemos a la estación para ver el Castillo de Osaka y comernos otro delicioso plato de Ramen. Nos quedamos también un rato viendo a unos niños jugar al beisbol, deporte totalmente desconocido en nuestra tierra.
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